Natasha M. Lébedev

Natasha Lébedev no es la clase de mujer a la que te acercarías. Tiene esa aura rodeándola que le hace parecer una criatura peligrosa, con su sonrisa envenenada y su mirada exigente y burlona, nadie estaría dispuesto a enfrentarse de primeras a las capas de superficialidad tras las que se escuda.
A primera vista, Tasha rezuma una arrogancia digna tan solo de los dioses. Cree en la igualdad, por supuesto, todo el mundo tiene el mismo derecho a disfrutar de sus pullas, de sus cortantes palabras o de su educación formal. Tiene sonrisas para dar y regalar pero no esperes su simpatía; no es agradable al menos que le salga natural o sencillamente te aprecie pero para alguien como ella que vea en una persona una pieza importante en su vida es… bueno, complicado como mínimo.
Es una pequeña dama de esta sociedad egoísta, por supuesto sabe resultar encantadora y como comportarse en cada momento. El problema es cuando deja de interpretar el papel y deja entrever a una chica malcriada, caprichosa y manipuladora. Es decir, ¿por qué debería ser de otro modo con gente que particularmente le es indiferente? Al menos no se auto engaña.
Sin embargo cuando ganas su confianza, puede decirse que se nota. Quizá no sea la persona más agradable, ni la más dulce pero ganarás su protección, atisbarás su peculiar sentido del humor y su extrema y afilada sinceridad. Es un arma de doble filo.
Claro que es capaz de demostrar cuando alguien le importa de verdad, pero le cuesta horrores confiar en los demás más allá del “Hola, ¿qué tal?”.
Es relativamente cariñosa con quien aprecia y a veces, en las ocasiones en las que toma confianza con alguien, parece una niña pequeña descubriendo un nuevo mundo, lo cual puede ser un espectáculo bastante gracioso. Simplemente no le gusta abrirse a las relaciones porque se siente más vulnerable ante los demás, más absurda, más ridícula. Aunque de alguna forma, Tasha es de las que se llevan con todos y nadie a la vez, es como si una parte de ella no quisiese que la conociesen y la otra echase a cualquiera que se acerque demasiado con su actitud de niña rica.
Con sus amistades se transforma: es alocada e impulsiva y se divierte de las formas más inesperadas. Parlanchina, siempre tiene algo que decir u objetar y goza de un optimismo que choca con lo tajante que puede sonar nada más oírla. Es una mujer leal, aunque lo demuestre de una manera de lo más extraña. Se supone que ha nacido para ser querida y adorada, no comprendida, ¿verdad?
¿En el amor? Bueno, ella nunca ha estado enamorada más allá del sentimiento que alberga hacia el reflejo que le devuelve el espejo. No sabe que es esa conexión y se limita a pensar que no existe y no es para ella. Y sin embargo cuando alguien le interesa siente una inexplicable e instintiva reacción de posesividad y orgullo hacia esa persona especial. Es como un animal, necesita saber que es suyo y casi ve ese tipo de cosas como un reto. Por suerte para la morena, es de las que se fijan y se obcecan con tan solo una persona y es muy pasional. Se deja llevar cuando acepta sus sentimientos, el caso es que su cabeza terca no quiere dejarle ver que es capaz de amar a alguien que no comparta su sangre, no comprende que le devore el deseo o se le parta el corazón si la dejan. Siempre ha estado sola y le ha ido bien, ha tenido relaciones esporádicas que se quedaban en un adiós y una sonrisa de despedida para no volver a compartir nada más.

Moscú contempló la vision de los Lébedev, como se unieron en matrimonio Stanislav y Tania, dos jóvenes soñadores que jugaban a quemarse en cada uno de sus encuentros. La triste historia de Romeo y Julieta con un final feliz; dos adolescentes que consiguieron que Rusia se convirtiese en su hogar y la de sus pequeños. Sus familias enfrentadas se reconciliaron y entonces no importó nada salvo el amor que se profesaban. Tuvieron tres hijos, Nikolay, Sasha… y la pequeña Natasha. Tres niños con el futuro arreglado, ¿qué había que temer? Dinero, fama y poder. En Moscú, los Lébedev lo tenían todo.

Natasha siempre fue una niña avispada, sin embargo Stanislav nunca tuvo tiempo para ella, ni para sus hermanos. Tania le veía desaparecer noche tras noche, preguntándose angustiada si su trabajo no era demasiado para él y cuanto tiempo aguantaría así. Y es que Stanislav ya había metido la cabeza en asuntos demasiado turbios; tanto que su mujer había aprendido a dormir temiendo no volver a verle al día siguiente.
Y sin embargo los pequeños Lébedev era felices y ajenos al peligro. ¿Qué importaba? Lo tenían todo, podían comerse el mundo y como padre, casi ejerció Nikolay. Natasha siempre estaba con su hermano mayor hasta que a sus seis años sus padres decidieron separarlos de ellos. Los tres hermanos fueron enviados a un internado en Londres, bajo la estricta vigilancia de su abuelo materno que vivía allí.
En sus días de internado, Tasha conoció a un pequeño y agradable chico, Kenton. Desde tan tierna edad y ya fueron inseparables.
Sin embargo a los doce años, la vida de la más joven de los Lébedev dio otro giro. Rauda y veloz llegó la noticia a su abuelo. Sus padres habían muerto. El primero en enterarse fue Niko, que trató de contárselo a sus hermanas de la forma más suave posible. No la hubo. ¿Qué había pasado? Nunca dieron especial información a Tasha, sencillamente habían tratado de robar en casa, salió mal, unos tiros y dos cadáveres. Caso cerrado. No se le dio más importancia que una noticia “desoladora” en la televisión. Aquellos días quedaron grabados a fuego en la mente de Tasha.
De alguna forma eso fue decisivo para su futuro, ya que decidió que no podía tolerar que de alguna forma eso pasará en el mundo. Fue su primer pasó para estudiar la carrera que ha escogido, criminología. Quizá en el fondo, lo único que de verdad la haga madurar sea su propia visión de futuro resolviendo los casos, porque realmente eso la haría feliz, incluso evitarlos antes de que sucedan. A saber que ocurrirá, pero lo tiene claro.
Años después se ecuentra en Nightove, y estudiando una carrera al igual que su mejor amigo.