Adiós tranquilidad - Privado. Lucrecia

Se sentó en el banco de la terraza con su cazadora en mano, ignorando por completo el mordaz frío que hacía en aquellos momentos. Sus auriculares escupían música a niveles auditivos malsanos, aunque, por suerte, no los llevaba puestos, sino recostados en la base del cuello. Mejor para ella, si no quería quedarse sorda en apenas unos años. Fabiola alzó la mriada al cielo azul, distraída. Hacía mucho que no sentía la imperiosa necesidad de relajarse, de dejar que todo lo que ocurría a su alrededor desapareciera por unos instantes y solo quedara ella con sus pensamientos. Cuando bajó la mirada se topó con las curbas de una joven que iba con un andar un tanto peculiar. Suspiró. Ya le habían jodido la tranquilidad.

Reconoció su dolor de cabeza, la "Diva" -como ella se hacía llamar-, la bithaen Lucrecia. O debía de llamarla Caniche Lulú, aún mejor. Fabiola no tenía ni la más remota idea de por qué semejante persona había tenido que cruzarse en su camino. La encontraba muy molesta con aquella actitud tan chulesca que solía presentar. ¿Que era la más buena de todo el campus? JÁ. La pobre aún tenía mucho que aprender. La rebeal no sabía en qué momento Lucrecia se le había cruzado tanto en su mente, solo tenía presente el deseo de cerrarle aquella boca y darle unas lecciones de actitud. Y, de paso, de aptitudes.

Tras unos breves instantes de meditación, Fabiola decidió que era mejor dejar pasar la oportunidad de cantarle las cuarenta a la bithaen, al fin y al cabo en aquellos momentos no tenía ni pizca de ganas de empezar una pelea. No, ahora solo quería tranquilidad. Lucrecia no valía lo suficiente como para malgastar su tiempo. Se levantó del banco y echó a andar dirección a Lucrecia, dedicándola una mirada cargada de desdén y superioridad.

Me hizo mucha gracia que me hablase de aquella manera, más aún delante de sus amigas. ¿Tantas ganas tenía de ser humillada delante de la gente? Aquello era simplemente bestial. La pequeña Caniche Lulú parecía haber sacado ya sus garras y simplemente porque le había dedicado una mirada. Pero qué fácil era provocarla. Aquella mujer podía tener un buen fajo de dinero, pero le faltaba mucho cerebro. Me giré hacia ella, pues no iba dejar pasar una oportunidad como aquella para demostrarle que a su edad, aquellos aires le daban más un aire de puta que de estrella.

-¿Parecerme a tí? -le espeté con el ceño fruncido- Por favor, no quiero ni pensar cuántos kilos de silicona debes llevar bajo la piel -dije con una sonrisa de autosuficiencia- Además, los caniches no me gustan, Lulú -acabé diciendo, pues sinceramente prefería a las razas de perros más grandes.

Sabía de antemano que aquello no había acabado allí. Si algo bueno tenía Lucrecia era que no se dejaba pisotear por nadie, pero en fin... yo ya daba por hecho que las cosas acabarían con ella lloriqueando en el baño, rodeada por sus amigas, y siendo consolada con muy bonitas palabras hacia mi persona. ¿Cuándo iba a aprender aquella mujer que conmigo no se jugaba y que, una vez cruzada en mi camino, iba a pagar todas y cada una de sus palabras? Probablemente nunca. el corsé le apretaba demasiado e impedía que el oxígeno llegara a su cerebro... Rodé los ojos con aquel pensamiento.

Off. Nada de lo que he dicho es algo contra tí como user. Solo me he metido en mi papel.

No pude evitarlo y solté una sonora carcajada. ¿Real, en serio? Sí, podía considerarme tonta si así lo creía. En la vida había sujetos de todo tipo, desde los más listos hasta los más estúpidos. Por algo yo estaba arriba y muchos otros, entre ellos Lulú, estaban abajo. Pero qué maja que era la mujer...

-¡Ay mi Lulú, con qué gran sentido del humor te has levantado hoy! -le dije aún riéndome de su propio comentario- Tienes razón, soy tonta por pensar que solo tu cuerpo es de silicona. ¡También lo es tu cerebro, cómo no me he dado cuenta antes! -añadí, ya siendo capaz de controlar mi propia risa.

Al parecer aquella mujer ya estaba de nuevo rodeada de sus amigas. Claro, no sabía hacer nada sin aquel par de descerebradas que le lamían el trasero cada dos por tres. Y reían como hienas. Un escalofrío me recorrió la médula al imaginármelas en algún trabajo el día de mañana. ¿Iba a tener que depender de ellas para algo? Joder, ya podía dar por destruído el mundo. Sí, efectivamente, el mercado laboral caería, con la economía y todo rastro de la humanidad. Miedo me dio pensar en ello...

-¿Ni enfrentarme sola, puedes? -le dije chasqueando la lengua mientras me disponía a irme- Siempre con tus amixx, qué cobarde, Lulú.