All you need is sugar || Michelle

Luego de terminar mi mañana con la peor clase de todas decidí dar un paseo por los alrededores acompañada de varias paletas de mora azul. No estaba estresada, pero tampoco estaba muy feliz que digamos, era tan sólo el efecto de la temporada de clases. Suspiraba de cuando en cuando esperando encontrar una buena solución para ciertos asuntos que dejé pendientes al entrar a la universidad. No pude concentrarme. Si me distraía pensando en cosas sin sentido acabaría mordiendo la paleta que acababa de llevarme a la boca. Seguí caminando sin mirar a ningún lado más que al suelo. Tal vez sería mejor dejar esos "asuntos" para otra ocasión. Sí, era lo mejor. Acomodé mi cabello y preferí recordar las historias que mi abuelo había escrito en su pequeño diario. La última aventura que recuerdo era la de un mesero de cabaret que coqueteaba con la guionista de su trabajo. Esbocé una extraña sonrisa al recordar aquella narración tan... Curiosa. Reí. Tan sólo con eso mi día iba mejorando, sabía que siempre podía confiar en mi difunto abuelo para cambiar mi estado de ánimo. Respiré profundamente y con una amplia sonrisa para seguir merodeando con la cabeza en alto.

Las clases me daban un respiro, pero dado que aquel día no coincidía con Kat para tomar algo en la cafetería, decidí salir al exterior a respirar un poco de aire fresco. Lo necesitaba tras tantas horas de Fundamentos de la Economía Moderna, unos fundamentos que, por cierto, no estaban sirviendo de nada con la crisis que había. Encima, tenía aún el problema de la demanda de Records ON! encima y verdaderamente debía de aprovechar el tiempo libre y relajarme un poco. Caminé hacia el paseo universitario, preguntándome si el hombre con las raciones de furta seguiría allí. Comentó que en breves acababa la temporada, pero aún así me dirigí allí para ver si estaba o no y cual fue mi sorpresa al ver que sí, que allí seguía. -Una ración de sandía, por favor -pedí amablemente, aunque no hizo falta, ya que había uno con mi nombre escrito en el vaso de plástico- Gracias, señor, ha sido muy amable por su parte. -añadí y pagué en metálico.

Con una sonrisa en los labios me senté en uno de los bancos de piedra del paseo universitario y empecé a comer los cachitos de sandía que estaban cortados justo a la medida que a mí me agradaba: Pequeños. Miré los estudiantes pasar, saludando a algunos con la mano y charlando con otros que se detenían a decirme alguna cosa. En un momento de soledad vi como una peliroja paseaba por allí y... se reía como si fuera charlando con alguien. Me fijé que algo cayó del bolsillo de la chica y fui a recogerlo y dárselo. -Disculpa, se te ha caído esto -dije mostrándole lo que parecía ser un monedero.

Realmente estaba en otro mundo. Casi me asusto cuando la rubia se acercó a mí para regresarme lo que se me había caído. Era muy linda y se veía tranquila a pesar de todo. Supongo que la fruta tenía en ella el mismo efecto que los dulces en mí. Recibí un poco confundida el pequeño diario de mi abuelo, que a simple vista parecía un monedero cuadrado y de cuero rojo. ¡Qué tonta! ¿Cómo pude haberlo tirado? ¿Cuándo pasó que no me di cuenta? Le sonreí ampliamente a la chica enormemente agradecida - ¡Muchas gracias! Es realmente importante para mí, debió caerse cuando quise sacar un dulce de mi bolsillo - No es usual en mí ser tan agradecida, pero nunca había sucedido que estuviera a punto de perder el objeto al que debo la mayoría de mis sonrisas. No sabía qué decir, ¡ni siquiera sabía cómo iba a agradecerle! Me sentí torpe. - Aunque parece un tanto normal, me siento terriblemente en deuda. - Confesé mientras guardaba el pequeño diario en el bolsillo de mi pantalón, donde no tendría la oportunidad de volverse a caer. Estúpidas y sensuales paletas, estoy segura que mi torpeza se debía a ellas. - A cambio, ¿hay algo que pueda hacer por ti? - Eso tampoco es usual... Vaya... Quisiera saber cómo terminará esto. Me parece que más temprano había sucedido algo muy similar, pero con otra persona. ¿Quién sabe? Le dediqué una dulce y sincera sonrisa mientras esperaba su respuesta.

La chica pelirroja me agradeció, de forma exagerada a mi parecer, el haber recuperado lo que era el diario de su abuelo. Asentí escuchando lo que me estaba diciendo y me pregunté si tendría algo que pudiera serme de utilidad. No la conocía de nada, siquiera de vista, así que tal vez era nueva aquel curso o de alguna carrera que quedaba lejos de la mía. -No tiene por qué darme las gracias -añadí de forma neutra, con una leve sonrisa- No me debes nada; solo he hecho lo que cualquier persona haría -comenté, sin sentir complejo de Madre Teresa de Calcuta- La próxima vez ten más cuidado, eso es todo -acabé añadiendo con amabilidad.

Se ofreció a ayudarme en algo, pero sinceramente no sabía exactamente qué podría hacer. En apenas media hora empezaban mis clases de nuevo, por lo que no tenía mucho sentido pedirle que se quedara conmigo a tomar el aire y, aunque lo tuviera, no me apetecía aquel día estar con desconocidos. Tenía muchas cosas en las que pensar y poco tiempo para hacerlo, por lo que la soledad se me antojaba la mejor opción. Pero -como de costumbre, siempre había un "pero"- alguien sin cerebro dejó a su perro libre por el paseo, lo cual acarreó que me saltara encima con aquellas sucias pezuñas y dejara una bonita mancha en mi vestido.

-¡Oh, dios mío! -exclamé mirándome el vestido. Giré la cabeza lado a lado para ver si había alguien, pero nadie a la vista y el perro se había esfumado- Perros -mascullé entre dientes- O mejor, dueños estúpidos...

Me sentí un tanto incómoda por mi torpeza y el efecto que tuvo sobre la rubia, sin embargo me tranquilizó un poco su respuesta. La desconfianza a la que estaba acostumbrada no me estaba ayudando en nada. La escuché hablar de manera tan natural, puesto que no era para nada necesario tener un comportamiento especial, y menos siendo nosotras complemtas desconocidas. La continué observando un tanto más calmada mientras me decía que debía tener más cuidado y al terminar la miré una sonrisa agradecida muy disimulada, pasando fácilmente desapercibida.
Por un momento, estuve dispuesta a retirarme y a continuar mi paseo, pero ocurrió que, una milésima antes de irse cada quién por su lado, un perro grande, muy hermoso, por cierto, se acercó disfrutando de su libertad momentánea y cometió el peor crimen de todos. Sabía perfectamente lo terrible que era tener una mancha, no importa si era pequeña, en un vestido tan hermoso como el que llevaba puesto la rubia. Tras haber hecho sus maldades se fue corriendo en otra dirección asustando a los alumnos que le quedaban de paso. Inmediatamente acudí a mi bolso, donde guardaba pañuelos que me habían sido muy útiles en sitaciones así y se lo ofrecí a la rubia. La escuché maldecir a los dueños, lo cual me causó un poco de risa, sin embargo no hice ningún gesto que pudiera enfadarla más. - Si nos damos prisa no quedará ni rastro en tu vestido .

La chica se apresuró en rebuscar en su bolso lo que parecían ser pañuelos y a decirme que no preocupara, que si íbamos rápido no habría nungún resquicio de las dichosas patas del perro y el barro. No podía culpar al animal, para él ir libre era algo genial, seguramente. Pero los dueños eran harina de otro costal: ¿Quién dejaba a un perro suelto en un lugar público? Respiré hondo y cogí con rapidez uno de los pañuelos de la chica y empecé a limpiarme con esmero las manchas, observando como al principio se difuminaba y, al final acababa por desaparecer, aunque dejando una fea mancha de agua.

-Gracias -dije con educación- Se podría decir que estamos en paz -sentencié y, aunque trataba de mantenerme serena y neutral, la verdad era que en mi voz se podía percibir perfectamente la ira que estaba removiéndoseme por dentro. Mierda, era lo que quería exclamarle al mundo- Tengo que irme a casa a cambiarme; no puedo ir a clases con esta pinta -añadí viendo que, a pesar de que la mancha ya casi no se notaba, sí que evidentemente el vestido amarillo quedaría arrugado y, evidentemente, horrible. Suspiré.

-No suelo hacer esto, pero agradecería que me acompañaras a casa y así aprovecho para invitarte a una taza de té; por las molestias -añadí con mi mejor sonrisa fingida- Soy Michelle Parker, un placer -le dije tendiéndole la mano, pues me había percatado de que no sabía su nombre.

Me alegró ver que era una de esas veces en las que no me equivocaba, puesto que, aunque algunos métodos funcionaran en mí, en otros no servían de nada. Pero algo era cierto, había olvidado el pequeño detalle de la mancha de agua. Si funcionó el pañuelo, ¿porqué no iba a desaparecer esa mísera mancha en menos de un minuto como pasa conmigo?
Al ver que iba muy bien arreglada, la entendí perfectamente cuando me pidió que la acompañara a su casa por un cambio de ropa. Yo hubiera hecho lo mismo de haber estado en su lugar, pero me parece que yo no me hubiera controlado. Yo hubiera hecho hasta lo imposible por encontrar al dueño del perro y darle un pequeño recuerdo de mi parte. Aunque hacía un gran esfuerzo por no arrugar el rostro, sus ojos me delataron su mal humor. Mis clases habían terminado por hoy, así que no tuve ningún inconveniente al acceder a su solicitud. - Yo soy Ruth Klintworth, el placer es mío - Sonreí levemente mientras estrechaba su mano. - Si no es mucha molestia, con gusto te acompaño - Añadí. Realmente este día quedaba fuera de lo usual y esperé que las cosas simplemente no empeoraran.

Ruth Klintworth. Bonito nombre. Aunque preferí no comentar nada en aquellos momentos. La ira me estaba matando por dentro y si no fuera por el autocontrol que tenía, mu probablemente hubiera acabando gritándole a medio campus. Aquella situación tan hipotética pondría mi reputación por los suelos y me toldaría de loca histérica; algo que, en defnitiva, me habría buscado yo misma por no saber comportarme como una señorita. Me recordé en mi interior que debía guardar las formas y tratar de aparentar lo que en el fondo era: Una mujer -no chica, ya- elegante y sofisticada.

Caminé a paso lento con Ruth a mi lado. Ambas mantuvimos el silencio hasta que al final decidí romperlo. Se hacía demasiado pesado ya. -Y, dime, Ruth, ¿qué andas estudiando? -pregunté, si bien no con curiosidad, sí con algo de intriga. uería saber qué parte de Nightove no conocía aún para que estudiantes se me pasaran de largo. -¿Ya estás dentro de alguna fraternidad -volví a cuestionar sin siquiera dejarla responder. No es que quisiera interrogarla, pero tampoco quería un pase de pelota de ahora preguntas tú, ahora yo. En fin, cosas varias. No dudé en sonreir, de nuevo, mostrando interés, ahora sí.

Caminar no está mal, de hecho me agrada, sin embargo detesto los largos momentos de silencio. Sé que es normal, puesto que no conozco a Michelle y no sería tan sencillo descubrir qué considera ella una conversación interesante. Mientras nos dirigíamos a su casa me limité a observar el camino y a recordar las veces que había conocido a alguien por un accidente tan simple, y vaya suerte. Me alegró no oír por parte de ella lo que la mayoría de las veces escuchaba al tratar con alguien desconocido. “Mmm… Klintworth… Te pareces mucho a una amiga, ¿no serán primas?”. Está de más decir lo poco interesante que resultaron ser estas personas, y el no escucharlo por parte de Michelle, de alguna manera, habló muy bien de ella. De hecho, se notaba en su semblante y en su manera de caminar que estaba lejos de ser simple y de bajo intelecto, muy lejos. Su compañía tampoco incomodaba.
Súbitamente escuché su voz hacerme un par de preguntas bastantes simples, pero que evitaban los terribles momentos silenciosos. ─ Estudio criminología; llevo poco en la carrera, pero hasta ahora me ha parecido bastante interesante. Y sí, ya estoy en una fraternidad, fue algo difícil, pero finalmente me decidí por Nadmean. ─ Sé que lo complicado de mi elección y todo ese asunto de mi carrera estaba de más, pero, en serio, no me iba a permitir dejar que lo que intentaba ser una conversación terminara en un indiferente "Ah...". ─ Me parece que es la primera vez que te veo, supongo que nuestras carreras no tienen nada en común. Lo mismo pienso respecto a nuestra fraternidades, puesto que tampoco he escuchado de ti. ─ Comenté mientras la miraba, claro, sin distraerme del camino. El sol ya había comenzado a molestarme en el rostro, por lo que me vino bien girar un poco la cabeza, de modo que mi cabello me cubriera la cara. Ahora debía esperar su respuesta, si ella no me decía por sí misma qué estudiaba y a qué fraternidad pertenecía me vería en la necesidad de preguntarle directamente, aunque mi idea era conversar, no interrogar.